Gran
parte de los problemas que surgen cada fin de semana sobre los terrenos
de juego, derivados de amonestaciones y expulsiones a causa de
observaciones, protestas e incluso insultos y amenazas contra el
árbitro, podrían solventarse si la óptica desde la que se percibe al
árbitro por parte de los jugadores cambiara ligeramente.
Muchos jugadores salen al terreno de
juego pensando que el árbitro es un mal necesario, una persona que envía
la Federación para dirigir un partido pero que no siempre tiene la
cualificación ni la experiencia necesarias para ello, y que suele actuar
con soberbia y de manera inapelable, cometiendo numerosos errores que
no reconoce.
En
el presente comentario intentaremos aproximar la figura del árbitro,
facilitando herramientas a los técnicos para que durante sus sesiones
semanales realicen un trabajo psicológico que repercutirá a favor del
propio jugador, del equipo y de la tolerancia y el respeto en los
terrenos de juego. Ni que decir tiene que la clave de todo reside en la
voluntad y el buen hacer de los entrenadores, fundamentalmente en las
categorías de base, puesto que en las mismas se forja la personalidad
del jugador.
Para abordar esta materia, proponemos
los siguientes puntos de partida o reflexiones, que se pueden comentar
en grupo o plantear a los jugadores más conflictivos o con una
personalidad más fuerte.
Es inevitable que los árbitros se equivoquen
Los árbitros son personas, y por lo
tanto, cometen errores. El terreno de juego es muy extenso, el fuera de
juego es muy difícil de apreciar (incluso los tríos arbitrales
profesionales quedan en evidencia con las imágenes de televisión), la
máxima atención y colocación no garantizan que el ojo vea todo
(recordemos el gol fantasma de la pasada Eurocopa, con el juez de gol a
escasos metros y sobre la línea de fondo…), los jugadores intentan
engañar al árbitro…
No debemos exigir arbitrajes de más calidad que la que tenemos
El grado de permisividad hacia los
errores de los jugadores es proporcional a la categoría de que se trate.
Equipos de regional de las últimas categorías agrupan amigos que de
fútbol saben poco y que ni siquiera entrenan, con sobrepeso. En el
fútbol-base los jugadores están aprendiendo… Sin embargo, en cualquier
categoría al árbitro se le exige que pite todo y bien. Si hay un
penalti, no hay excusa alguna para su error, que será muy protestado; si
no sanciona un fuera de juego, aunque no lleve árbitros asistentes,
también. El porcentaje de error arbitral aumenta conforme desciende la
categoría de que se trata, y es algo que se debe asumir. La competición
deba se y de regional no la dirigen los árbitros de primera y segunda
división.
Los árbitros aciertan en ocasiones en que nos parece lo contrario
Aunque el árbitro se equivoca, su
apreciación es neutral. Los protagonistas del juego están “contaminados”
por la subjetividad propia de quien es parte. Si recibimos un contacto
que nos desequilibra entenderemos que nos hacen falta, aunque en
realidad se trate de una carga lícita. Si el balón toca la mano de un
contrario, reclamaremos que se pite, prescindiendo de la
intencionalidad. Debe asumirse que en las apreciaciones existe un
elemento inconsciente que en ocasiones nos traiciona.
Cada protagonista y el árbitro, tienen una imagen diferente de cada acción
Lo vemos en las retransmisiones
televisivas. Cada toma aporta elementos nuevos, distintos, a una misma
acción. Una jugada que aparentemente es un claro penalti puede quedar
transformada en una clamorosa simulación a partir de una cámara
privilegiada.
Sin llegar a tales extremos, lo cierto
es que una misma acción es apreciada de manera distinta (por la
diferente distancia y ángulo) por cada uno de los jugadores y por el
árbitro y ello es determinante de la calificación que de la misma se
tenga. Por lo tanto, ha de entenderse que lo que ha decidido el árbitro
trae causa de una diferente apreciación de la jugada, que en ocasiones
se ve interferida por un jugador que se cruza, por el cuerpo que tapa
parcialmente la mano con la que se lleva el balón, etc.
Adoptada una decisión, no es rentable la protesta
Una reacción espontánea, pero correcta,
de incredulidad o desacuerdo con la decisión que se acaba de adoptar es
entendible. A partir de ahí, lo procedente es proceder a la reanudación
del juego o a colocarse ante la reanudación por parte del equipo
contrarío Perder tiempo en protestar la decisión, partiendo del hecho
dequelosárbi1ffiosnorectifican las decisiones (adoptadas conforme a lo
que han visto) por las protestas, es una actitud falta de sensatez, que
sólo puede generar una amonestación o una expulsión. Si hubiera una
posibilidad de que el árbitro cambiara su parecer, podría entenderse que
en jugadas graves se intentara. No siendo así… carece de sentido.
La forma de dirigirse al árbitro es importante
Las reglas de juego no contemplan el
diálogo entre el árbitro y los jugadores, ni siquiera en la figura del
capitán, cuyas funciones no incluyen poder discutir ni comentar con el
árbitro las decisiones que adopta.
Por lo tanto, la regla general es no
dirigirse al árbitro durante el partido, dado que él se encuentra
concentrado en lo que hace, sin poder demorar reanudaciones del juego
para dar explicaciones ni tener que perder atención al juego para ir
exponiendo a un jugador que corre junto a él porqué ha pitado (o no)
algo.
A partir de aquí, es sencillo entender
que cuando se quiera comentar algo con el árbitro debe hacerse con
corrección, sin elevar la voz y sin gesticular (especialmente con los
brazos), sin emplear palabras malsonantes y sin ser reiterativo.
Una mala actitud puntual puede generar
una sanción disciplinaria, y una buena actitud reiterada durante el
partido también. Si no es imprescindible, evitemos dirigirnos al
árbitro.
Hay que captar la personalidad del árbitro
Dentro de los márgenes que admiten las
reglas de juego, existen diferentes maneras de arbitrar y dirigirse a
los jugadores, del mismo modo que hay jugadores más técnicos y más
físicos, más nerviosos y más tranquilos, etc.
Con ocasión de distintos lances del
juego, y fundamentalmente aprovechando las reacciones a las acciones de
los adversarios, podemos deducir un perfil del árbitro de cada partido,
que hay que respetar.
Si es dialogante, se puede aprovechar en
caso necesario, siempre con corrección y reiteración; si no lo es,
mejor no hablar para nada; si deja jugar, podemos elevar el listón del
contacto, etc.
Una adecuada gestión de este aspecto
resulta especialmente beneficioso, siempre que no se caiga en la
tentación de etiquetar al árbitro antes de que ello pueda realizarse, o
de que se le ponga a prueba para ver cómo actúa (la clásica entrada dura
de los primeros cinco minutos …).
La dirección de un partido exige cierto grado de autoridad
Dirigir a veintidós personas, que corren
y contactan físicamente en una superficie extensa, debiendo además
valorar si el balón sale o no, si existe intencionalidad en una acción,
si hay fuera de juego, etc., requiere un nivel de concentración
importante. Ese nivel de concentración se acentúa si el partido se
vuelve tenso, si el público presiona, si el árbitro tiene poca
experiencia o está cansado por haber dirigido otros partidos, etc.
Precisamente por ello, y por la rapidez
con que se exige la reanudación del juego el árbitro debe eliminar
cualquier factor perturbador de su atención, lo que necesariamente
implica erradicar las protestas de los jugadores. Ha de asumirse que el
árbitro es una autoridad en el terreno de juego, del mismo modo que lo
es el entrenador en los entrenamientos. Como algo natural.
Ante todo respeto
Una catastrófica actuación arbitral (que
no suele ser tal) no justifica las protestas colectivas ni los
incidentes. Todos podemos tener un mal día, y cuando lo tienen los
jugadores nadie suele ofenderles ni intentar agredirlos. Además, el fin
de semana siguiente volverá a haber partido, y los errores y pérdidas de
nervios los pagaremos con las correspondientes sanciones.
Un partido con un resultado abultado, o
en el que hemos sufrido varias expulsiones faltando mucho tiempo para su
finalización es un auténtico polvorín. El equipo afectado debe tener
claro que su meta ya no es ese partido sino el siguiente, lo que implica
no perder más efectivos. Las protestas, o intentar forzar la suspensión
del encuentro, serán perjudiciales, y en unos días nos acordaremos de
ellas.
Del mismo modo, si un jugador nos quita
el balón y entendemos que ha sido en falta, no es aceptable perseguirlo
para hacerle falta, para “devolvérsela”, toda vez que la acción es muy
evidente y previsible y lo normal es que culmine con una tarjeta
amarilla o roja en nuestra contra.
El árbitro cuenta con cualificación para el ejercicio de su función
Todos los árbitros han superado un curso
de formación y un examen antes de poder actuar. En el mismo han
analizado las reglas de juego y reglamentos de competición y han
recibido las directrices de los organismos competentes para
interpretarlos. Puede haber errores de apreciación e incluso en
categorías muy bajas algún error técnico, pero ciertamente el árbitro
cuenta con una cualificación superior a los jugadores y aficionados, que
por lo general protestan sin haber tenido en su mano un ejemplar de las
reglas de juego.
Como excepción, los entrenadores
titulados han recibido formación en materia de reglas de juego, si bien
han de tener en cuenta que se trata de una formación de menor entidad,
carente por lo general de aspectos prácticos e interpretativos y que una
vez finaliza el curso de entrenador no se actualiza más. Concienciemos a
los jugadores de que el árbitro sabe lo que hace.
Probemos a arbitrar
Todo lo anteriormente indicado puede
experimentarse desde un punto de vista inverso, es decir, desde la
óptica arbitral. Los jugadores más díscolos pueden arbitrar algún
entrenamiento, incluso algún partido amistoso, para valorar la
dificultad de arbitrar, y seguro que tras noventa minutos ejerciendo de
árbitro su valoración cambia a mejor.
En cualquier caso, el trabajo
desarrollado sobre el particular nunca caerá en sacoroto, y si lo
realizamos proyectándolo hacia los padres de los jugadores de base, los
beneficios serán tangibles.
Fuente: El Blog CIID