martes, 8 de enero de 2013

Una Propuesta de Trabajo para Disminur la Conflictividad de los Jugadores hacia los Árbitros

  Por: Javier RODRIGUEZ TEN

 

árbitro
Gran parte de los problemas que surgen cada fin de semana sobre los terrenos de juego, derivados de amonestaciones y expulsiones a causa de observaciones, protestas e incluso insultos y amenazas contra el árbitro, podrían solventarse si la óptica desde la que se percibe al árbitro por parte de los jugadores cambiara ligeramente.
Muchos jugadores salen al terreno de juego pensando que el árbitro es un mal necesario, una persona que envía la Federación para dirigir un partido pero que no siempre tiene la cualificación ni la experiencia necesarias para ello, y que suele actuar con soberbia y de manera inapelable, cometiendo numerosos errores que no reconoce.

En el presente comentario intentaremos aproximar la figura del árbitro, facilitando herramientas a los técnicos para que durante sus sesiones semanales realicen un trabajo psicológico que repercutirá a favor del propio jugador, del equipo y de la tolerancia y el respeto en los terrenos de juego. Ni que decir tiene que la clave de todo reside en la voluntad y el buen hacer de los entrenadores, fundamentalmente en las categorías de base, puesto que en las mismas se forja la personalidad del jugador.
árbitroPara abordar esta materia, proponemos los siguientes puntos de partida o reflexiones, que se pueden comentar en grupo o plantear a los jugadores más conflictivos o con una personalidad más fuerte.
Es inevitable que los árbitros se equivoquen
Los árbitros son personas, y por lo tanto, cometen errores. El terreno de juego es muy extenso, el fuera de juego es muy difícil de apreciar (incluso los tríos arbitrales profesionales quedan en evidencia con las imágenes de televisión), la máxima atención y colocación no garantizan que el ojo vea todo (recordemos el gol fantasma de la pasada Eurocopa, con el juez de gol a escasos metros y sobre la línea de fondo…), los jugadores intentan engañar al árbitro…
No debemos exigir arbitrajes de más calidad que la que tenemos
El grado de permisividad hacia los errores de los jugadores es proporcional a la categoría de que se trate. Equipos de regional de las últimas categorías agrupan amigos que de fútbol saben poco y que ni siquiera entrenan, con sobrepeso. En el fútbol-base los jugadores están aprendiendo… Sin embargo, en cualquier categoría al árbitro se le exige que pite todo y bien. Si hay un penalti, no hay excusa alguna para su error, que será muy protestado; si no sanciona un fuera de juego, aunque no lleve árbitros asistentes, también. El porcentaje de error arbitral aumenta conforme desciende la categoría de que se trata, y es algo que se debe asumir. La competición deba se y de regional no la dirigen los árbitros de primera y segunda división.
Los árbitros aciertan en ocasiones en que nos parece lo contrario
Aunque el árbitro se equivoca, su apreciación es neutral. Los protagonistas del juego están “contaminados” por la subjetividad propia de quien es parte. Si recibimos un contacto que nos desequilibra entenderemos que nos hacen falta, aunque en realidad se trate de una carga lícita. Si el balón toca la mano de un contrario, reclamaremos que se pite, prescindiendo de la intencionalidad. Debe asumirse que en las apreciaciones existe un elemento inconsciente que en ocasiones nos traiciona. árbitro
Cada protagonista y el árbitro, tienen una imagen diferente de cada acción
Lo vemos en las retransmisiones televisivas. Cada toma aporta elementos nuevos, distintos, a una misma acción. Una jugada que aparentemente es un claro penalti puede quedar transformada en una clamorosa simulación a partir de una cámara privilegiada.
Sin llegar a tales extremos, lo cierto es que una misma acción es apreciada de manera distinta (por la diferente distancia y ángulo) por cada uno de los jugadores y por el árbitro y ello es determinante de la calificación que de la misma se tenga. Por lo tanto, ha de entenderse que lo que ha decidido el árbitro trae causa de una diferente apreciación de la jugada, que en ocasiones se ve interferida por un jugador que se cruza, por el cuerpo que tapa parcialmente la mano con la que se lleva el balón, etc.
Adoptada una decisión, no es rentable la protesta
Una reacción espontánea, pero correcta, de incredulidad o desacuerdo con la decisión que se acaba de adoptar es entendible. A partir de ahí, lo procedente es proceder a la reanudación del juego o a colocarse ante la reanudación por parte del equipo contrarío Perder tiempo en protestar la decisión, partiendo del hecho dequelosárbi1ffiosnorectifican las decisiones (adoptadas conforme a lo que han visto) por las protestas, es una actitud falta de sensatez, que sólo puede generar una amonestación o una expulsión. Si hubiera una posibilidad de que el árbitro cambiara su parecer, podría entenderse que en jugadas graves se intentara. No siendo así… carece de sentido.
La forma de dirigirse al árbitro es importante
Las reglas de juego no contemplan el diálogo entre el árbitro y los jugadores, ni siquiera en la figura del capitán, cuyas funciones no incluyen poder discutir ni comentar con el árbitro las decisiones que adopta.
Por lo tanto, la regla general es no dirigirse al árbitro durante el partido, dado que él se encuentra concentrado en lo que hace, sin poder demorar reanudaciones del juego para dar explicaciones ni tener que perder atención al juego para ir exponiendo a un jugador que corre junto a él porqué ha pitado (o no) algo.
A partir de aquí, es sencillo entender que cuando se quiera comentar algo con el árbitro debe hacerse con corrección, sin elevar la voz y sin gesticular (especialmente con los brazos), sin emplear palabras malsonantes y sin ser reiterativo.
Una mala actitud puntual puede generar una sanción disciplinaria, y una buena actitud reiterada durante el partido también. Si no es imprescindible, evitemos dirigirnos al árbitro.
Hay que captar la personalidad del árbitro
Dentro de los márgenes que admiten las reglas de juego, existen diferentes maneras de arbitrar y dirigirse a los jugadores, del mismo modo que hay jugadores más técnicos y más físicos, más nerviosos y más tranquilos, etc.
Con ocasión de distintos lances del juego, y fundamentalmente aprovechando las reacciones a las acciones de los adversarios, podemos deducir un perfil del árbitro de cada partido, que hay que respetar.
Si es dialogante, se puede aprovechar en caso necesario, siempre con corrección y reiteración; si no lo es, mejor no hablar para nada; si deja jugar, podemos elevar el listón del contacto, etc.
Una adecuada gestión de este aspecto resulta especialmente beneficioso, siempre que no se caiga en la tentación de etiquetar al árbitro antes de que ello pueda realizarse, o de que se le ponga a prueba para ver cómo actúa (la clásica entrada dura de los primeros cinco minutos …).
árbitro y jugadores
La dirección de un partido exige cierto grado de autoridad
Dirigir a veintidós personas, que corren y contactan físicamente en una superficie extensa, debiendo además valorar si el balón sale o no, si existe intencionalidad en una acción, si hay fuera de juego, etc., requiere un nivel de concentración importante. Ese nivel de concentración se acentúa si el partido se vuelve tenso, si el público presiona, si el árbitro tiene poca experiencia o está cansado por haber dirigido otros partidos, etc.
Precisamente por ello, y por la rapidez con que se exige la reanudación del juego el árbitro debe eliminar cualquier factor perturbador de su atención, lo que necesariamente implica erradicar las protestas de los jugadores. Ha de asumirse que el árbitro es una autoridad en el terreno de juego, del mismo modo que lo es el entrenador en los entrenamientos. Como algo natural.
Ante todo respeto
Una catastrófica actuación arbitral (que no suele ser tal) no justifica las protestas colectivas ni los incidentes. Todos podemos tener un mal día, y cuando lo tienen los jugadores nadie suele ofenderles ni intentar agredirlos. Además, el fin de semana siguiente volverá a haber partido, y los errores y pérdidas de nervios los pagaremos con las correspondientes sanciones.
Un partido con un resultado abultado, o en el que hemos sufrido varias expulsiones faltando mucho tiempo para su finalización es un auténtico polvorín. El equipo afectado debe tener claro que su meta ya no es ese partido sino el siguiente, lo que implica no perder más efectivos. Las protestas, o intentar forzar la suspensión del encuentro, serán perjudiciales, y en unos días nos acordaremos de ellas.
Del mismo modo, si un jugador nos quita el balón y entendemos que ha sido en falta, no es aceptable perseguirlo para hacerle falta, para “devolvérsela”, toda vez que la acción es muy evidente y previsible y lo normal es que culmine con una tarjeta amarilla o roja en nuestra contra.
El árbitro cuenta con cualificación para el ejercicio de su función
Todos los árbitros han superado un curso de formación y un examen antes de poder actuar. En el mismo han analizado las reglas de juego y reglamentos de competición y han recibido las directrices de los organismos competentes para interpretarlos. Puede haber errores de apreciación e incluso en categorías muy bajas algún error técnico, pero ciertamente el árbitro cuenta con una cualificación superior a los jugadores y aficionados, que por lo general protestan sin haber tenido en su mano un ejemplar de las reglas de juego.
Como excepción, los entrenadores titulados han recibido formación en materia de reglas de juego, si bien han de tener en cuenta que se trata de una formación de menor entidad, carente por lo general de aspectos prácticos e interpretativos y que una vez finaliza el curso de entrenador no se actualiza más. Concienciemos a los jugadores de que el árbitro sabe lo que hace.
Probemos a arbitrar
Todo lo anteriormente indicado puede experimentarse desde un punto de vista inverso, es decir, desde la óptica arbitral. Los jugadores más díscolos pueden arbitrar algún entrenamiento, incluso algún partido amistoso, para valorar la dificultad de arbitrar, y seguro que tras noventa minutos ejerciendo de árbitro su valoración cambia a mejor.
En cualquier caso, el trabajo desarrollado sobre el particular nunca caerá en sacoroto, y si lo realizamos proyectándolo hacia los padres de los jugadores de base, los beneficios serán tangibles.

Fuente: El Blog CIID
     

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